Escribir sobre Santa Águeda no resulta fácil. Su historia, su pasado, responder a preguntas sobre su origen, implantación, desarrollo, entender las razones de su éxito frente a otras devociones más consolidadas no resulta tarea fácil.
Sin embargo, podemos acercarnos, casi de «refilón» a ciertas cuestiones o situaciones que pueden resultar de cierto interés para entender ese pasado. Una de estas situaciones es la que vivió en los primeros años del siglo XX cuando un grupo de vecinos pone en marcha el proyecto de creación de un nuevo reglamento para la hermandad de Santa Águeda, “olvidando” el pasado más inmediato de esta hermandad.
Como cualquier hermandad, la de Santa Águeda ha pasado por etapas y situaciones de diversa índole. Antes de viajar al pasado os propongo una breve reflexión sobre esta asunto que, en parte, prueban la dificultad que supone perdurar en el tiempo.Charlando con unos amigos llegamos a la conclusión que Santa Águeda, su hermandad, es posiblemente la que más esfuerzo ha invertido en transformarse, en adaptarse a los tiempos.
La pervivencia de estos colectivos (no me refiero a la devoción, a cuestiones espirituales), de estas instituciones, depende en gran medida de su capacidad de adecuación a las exigencias de los tiempos (se sobreentiende que manteniendo unos valores inmutables). Es en esta hermandad donde mejor se pueden apreciar estos ajustes. Y tengo que decir que, en general, han sido acertados. Como ejemplo, bien pueden valer el traslado de la fiesta del tostón al sábado, la incorporación de la mujer como portadoras de la santa, el aligeramiento del paso del traslado y su venida en la mañana del domingo.
Buenas decisiones que van en beneficio de la fiesta y de la participación de la gente. Otros cambios han aportado estabilidad a la fiesta pero nos han dejado cierto sabor de renuncia, de insatisfacción, incluso incertidumbre sobre un futuro más lejano.
Asumir la realidad de que los cambios, los adecuados, no significan romper o quebrar las “tradiciones” es un paso fundamental para garantizar la continuidad de esas mismas tradiciones.
Hecha esta introducción, vayamos a lo que nos interesa.
Aunque ya hicimos algunas incursiones relacionadas con Santa Águeda en otros artículos que hablaban sobre las disputas por las cuentas de la ermita, sobre el santero o sobre el pozo «del Corchuelo», hoy voy a contaros algunos sucesos relativos a la situación de la hermandad de Santa Águeda acaecidos hace más de un siglo, durante los años que van de 1910 a 1913.
Es una historia del fervores y olvidos.
Nuevo reglamento para la Hermandad de Santa Águeda…
Comencemos por conocer algunos antecedentes de esta historia.
Situémonos en 1879. Ese año se aprueba un nuevo reglamento (reglas) que será el que rija la vida de la hermandad de Santa Águeda durante los tiempos venideros. El final del siglo XIX viene marcado por una intensa labor en materia de reglamentación referida a las hermandades, de esa época son los reglamentos de la Soledad o del Carmen.
En todos estos procesos, a nivel local, juega un importante papel el cura don José Cruzado Tenorio una figura muy influyente en la vida villalbera de ese tiempo y, sobre todo, en el impulso regenerador de las hermandades y cofradías del lugar, además de haber sido el impulsor de la construcción de la actual ermita a finales de esa centuria.
El disponer de unos nuevos estatutos no garantizaba la solución a los problemas que tradicionalmente aquejaban a esta hermandad, ermita y patrona.
… Y nuevas preocupaciones
De hecho, dos años después de su aprobación el presidente de la hermandad acude al arzobispo de la diócesis para resolver ciertos asuntos que ponen de manifiesto los desacuerdos entre eclesiásticos y laicos en materia económica. Paralelamente salen a la luz algunos temas que ya hemos apuntado anteriormente relacionados con la propia ermita.
El 25 enero 1882 Francisco González y García «presidente de la Hermandad de Nuestra Patrona, la Ilustre Virgen y Mártir Santa Águeda», dirige una carta al arzobispo de Sevilla exponiendo que ha reunido a “la hermandad que presido conforme a sus estatutos” (que ya están en vigor) “para acordar sobre los cultos que periódicamente celebran en los días cinco de febrero y en la domínica próxima a Pentecostés de cada año”.
Se refiere a las dos festividades que celebra esta hermandad cada año. Sin embargo, es curioso como en los estatutos que se presentaron dos años antes se habían establecido dos funciones religiosas que la hermandad debía costear: la de su día y otra el primero de septiembre al comienzo de la feria (primer día de una feria que ya había sufrido otros cambios de fecha).
Estamos ante una hermandad que ya se rige por unos estatutos recién estrenados, modernos y adaptados a los tiempos.
Pero sigamos con este asunto porque merece la pena conocer un poco más las tribulaciones a las que se enfrenta la hermandad en esos años.
La carta continúa diciendo que “habiendo pedido nota al señor cura párroco de esta villa de la cantidad a que según el nuevo arancel ascenderían dichas funciones religiosas, de la cual resulta un aumento considerable sobre lo que antes se pagaba por el mismo fin… acordó la hermandad solicitar de los ministros de esta parroquia redujeran sus derechos a la primitiva cuota, pero los últimos se han negado a esta súplica, por lo cual la piadosa asociación que preside le han comisionado para que impetre (a la máxima autoridad eclesiástica) y se sirva hacer una excepción para nuestra hermandad”.
Esta petición de reducción de las tasas se fundamenta en dos puntos. El primero hace referencia a “la necesidad de restaurar la ermita de Santa Águeda que en parte se encuentra en estado ruinoso por lo cual se necesitan grandes economías para hacer algunos ahorros con este imprescindible objeto”. La segunda, a la excepcionalidad de esta hermandad que “mientras los demás de esta villa solo hacen una función religiosa a sus respectivos titulares la de Santa Águeda tiene dos funciones de primera clase en cada año y sería muy lamentable para los intereses católicos que hubiera que suprimir una por no ser posible atender las exigencias del nuevo arancel“.
Se sigue el protocolo de actuación habitual y antes de tomar una decisión el arzobispado solicita información al Arciprestazgo de La Palma sobre este tema. El arcipreste, cura de Bollulos, le remite esta misma petición al cura de Villalba, precisamente al promotor de esos estatutos, el cura Cruzado, que responde el 3 de febrero con la postura del clero local sobre el perjuicio económico que significa para este clero el que no se aplican los nuevos aranceles (tasas). Justifican su postura de no ceder ante las exigencias de la hermandad de Santa Águeda, entre otras cosas, a que “concedida esta exigencia… las demás vendrían inmediatamente después repitiéndolo por turno, quedando así perjudicados estos ministros”.
Finalmente, el arcipreste hace su particular lectura de la situación y concluye que “a mi entender son infundadas las (argumentaciones) que eligen los referidos ministros… en la cual encuentro resuelta la cuestión suscitada en favor de la referida hermandad… y este es el criterio que tengo establecido en esta parroquia de mi cargo”.
Ha sido una introducción larga pero no exenta de interés.
Una nueva hermandad para la patrona Santa Águeda
Avancemos unos años, hasta mediados de 1910.
Han pasado 30 años desde la asunción de las nuevas reglas de la hermandad de Santa Águeda pero parece que durante este periodo la situación ha ido degenerando.
El 3 de julio 1910 se reúne en el despacho parroquial un grupo de “feligreses de reconocida religiosidad y cultura”. El cura que los ha reunido les explica que “el objeto de la reunión era la conveniencia de formar una hermandad a la patrona de esta villa, Santa Águeda, por haber ocurrido el fallecimiento del que venía custodiando y haciéndole los cultos”.
Tal vez el agotamiento del fervor constructivo de unos años antes y la pérdida de impulso devocional por parte del clero y de la población en general, además de la situación del país, favorecieron la instauración de una etapa de escasa actividad que borró de alguna manera la memoria de la hermandad.
Apenas 30 años después se vuelve a la casilla de salida: formar una hermandad y nuevos estatutos.
En esa misma reunión, añadía el expresado sacerdote “que si se constituía la hermandad podía contar, desde luego, con un ingreso de quinientas pesetas anuales a perpetuidad de un legado de la testamentaría de D. Vicente Romero Botejón”.
Una idea que fue bien recibida por los asistentes que acordaron “nombrar una ponencia compuesta de D. Ramón García Navarrete, D. Leopoldo Trabado Zambrano, D Antonio Sotelo Orihuela, D. Antonio Domínguez Beltrán, presidida por el párroco… para redactar las reglas a fin de constituir la Hermandad de Santa Águeda, Patrona de Villalba del Alcor”.
Parece que durante los últimos 30 años los asuntos de la Hermandad han quedado en manos de algunos devotos que han ido manteniendo bajo mínimos el culto a la patrona.
El 24 de julio 1910 se reúnen de nuevo “con el fin de leer y aprobar los estatutos por que se han de regir la Hermandad de Santa Águeda”. En apenas 20 días han dado a luz unos nuevos estatutos. Son 14 capítulos y 47 artículos. Entre ellos, el referido a los gastos y a los recursos disponibles nos dice que cuenta “con quinientas pesetas anuales legadas a perpetuidad por D. Vicente Romero Botejón, con la subvención que da anualmente el ayuntamiento de esta villa, con las cuotas de los diputados y hermanos y con las limosnas de los fieles”.
Parece, también, que se ha olvidado o se ha obviado por cuestiones prácticas la doble celebración festiva que recogía esta hermandad por tradición en aquellos estatutos de 1870 porque con este nuevo impulso “se obliga a costear anualmente una función solemne con sermón y exposición de su Divina Majestad, procesión y novena, dándole a ésta la mayor solemnidad que sea posible”.
Una vez leído el proyecto de reglamento y con las oportunas correcciones “se acordó quedar constituida la Hermandad de Santa Águeda, patrona de esta villa” y comenzar a cobrar las cuotas a los hermanos.
Se imponen un plazo de 6 meses antes de presentarlos “a la superioridad” para su aprobación con el fin de poner en práctica las reglas e introducir aquellas reformas que fueran necesarias. Y para terminar eligen a D. Ramón García Navarrete como Hermano Mayor, a D. Antonio Sotelo Orihuela como Mayordomo, a D. Antonio Domínguez Beltrán como Secretario y como camaristas Dña María de Cepeda de Espina, Dña. Carmen Espina Soldán y la Srta. Manuela Povar Arrayás.
¿Olvido o desconocimiento?
Hemos dejado que el tiempo pase, que se pongan en práctica estos estatutos y, por fin, el 15 de enero 1911 los diputados acuerdan que “se elevaran las actas y estatutos a la superioridad eclesiástica para su aprobación definitiva”.
Pero lo más inmediato es solucionar un problema que tienen en esos momentos. Dada la fecha en la que están autorizan al hermano mayor a desplazarse a Sevilla a solicitar la asignación anual correspondiente de Vicente Romero Botejón y que sus herederos habían depositado en el palacio arzobispal, “con la urgencia necesaria dada la proximidad de la fiesta para la celebración de los cultos que sin dicha cantidad no se podría celebrar”.
En otro orden de cosas, el hermano mayor informa “tener encargado y próximo a que se lo entreguen un estandarte como insignia de la hermandad cuyo costo es de ciento cincuenta pesetas o ciento setenta”.
Y llega la noticia.
Han pasado las fiestas y el 2 de julio 1911 se reúnen de nuevo los diputados con objeto de que el hermano mayor de cuenta de las gestiones realizadas en el palacio arzobispal respecto a “la aprobación de los estatutos”, un asunto que se había encargado al presbítero D. Ángel Sánchez Susillo. Este canónigo de la catedral de Sevilla les había informado “que el proyecto por nosotros hecho no podía aprobarse por estar realmente en vigor unos estatutos del año mil ochocientos ochenta ni haber sido derogados y que los remitía para que si consideráramos que llevaba el objeto con las variaciones que creyésemos oportunas presentarlo a la superior aprobación”.
Una vez conocida la noticia y leídos esos estatutos de 1880 se hicieron “ligeras modificaciones en su articulado, dada las exigencias de los tiempos”.
Llegados a este punto la mejor decisión es aprobarlos y “que por el hermano mayor se hiciera llegar a manos del dicho señor Sánchez Susillo para que gestionara la constitución en firme de la hermandad”. (Y “en virtud de los trabajos que estaba realizando y su deseo de figurar en la hermandad fue nombrado Hermano Mayor Honorario D. Ángel Sánchez Susillo, capellán real de Sevilla…”).
Por fin, el 31 de diciembre 1911 el hermano mayor da “cuenta de la aprobación de los estatutos por el señor arzobispo de la diócesis, así como del espléndido donativo hecho por el señor hermano mayor honorario… costeando la copia y encuadernación de dichos estatutos lujosamente”.
En apenas unos meses hemos pasado de la constitución de una nueva hermandad y la redacción de sus estatutos a la aceptación de otras ya aprobados y vigentes desde hacía 30 años.
Los años siguientes
Parece que durante los siguientes años la hermandad mantuvo cierta estabilidad en su funcionamiento y se gestionaron asuntos de cierto interés común. Es el caso de la feria, un evento que no acababa de arraigar en el pueblo y que sufrió algunos cambios a lo largo del tiempo, sobre todo en sus fechas de celebración.
Por ejemplo, el 18 de julio 1912 se reunieron en el ayuntamiento los diputados con el alcalde y concejales “para ver de hacer algo práctico en la celebración de la feria que en otros tiempos se llevaba a efecto y que los estatutos dicen es a cargo de la hermandad”. Se forma un grupo de trabajo con miembros de la hermandad y del ayuntamiento para que “hagan las gestiones en el comercio y vecindario a fin de conseguir apoyo moral y material y si ven que lo prestan volverse a reunir para ponerlo en práctica y en caso contrario desistir por este año”.
En la reunión del 5 de enero 1913 el hermano mayor propuso “trasladar la función principal a causa de caer en Miércoles de Ceniza y no poder celebrar la iglesia fiesta patronal y proponía se hiciera un triduo y función solemne en el santuario en el mes de mayo y excitar el celo religioso de los hermanos para hacer una comunión general que sirviera de precepto». Algunos de los asistentes propusieron “que se hicieran algunos festejos cívicos para ver si podía servir de ensayo y poner en práctica la feria”. Acordaron que el triduo “empiece el día quince al 17 de mayo y el 18 se la función principal, procurando anunciarlo con tiempo para más animación del vecindario y de los pueblos cercanos”.
El 26 de julio 1913, tras tres años de intenso trabajo y de sorpresas, aprovechando que “la hermandad tiene unos nuevos reglamentos”, llega el momento de dejar paso a otras personas que se hagan cargo de la su conducción y por eso se plantea que “se elija la nueva junta con arreglo a ellos”.
Conclusión
Para rematar este artículo dos cuestiones que considero importantes:
- La primera, el papel de patronazgo, de tutela, que el ayuntamiento ejerce sobre Santa Águeda, la santa y su ermita. De hecho es la única ermita que no fue enajenada en el proceso desamortizador que se desarrolla a lo largo del XIX.
- El segundo punto de interés se centra en las dificultades que tuvo que ir sorteando el culto a Santa Águeda para mantenerse y elevarse como la principal referencia devocional de nuestro pueblo.
Hasta la próxima.
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