La evolución histórica de la devoción por Santa Águeda en Villalba del Alcor es un tema casi desconocido (también valdría sin el casi). Las referencias documentales son escasas y dispersas lo que hace aún más difícil intentar explicar la presencia de una veneración tan extendida en el norte de nuestro país pero casi inexistente en el sur; con unas características más o menos definidas en estas zonas norteñas pero que no compartimos en estas tierras meridionales.
Fiesta de mujeres. Protagonismo femenino. Reivindicación del papel de la mujer como eje vertebrador, esencial en el desarrollo de esas sociedades. No es el caso de Andalucía, ni de Villalba del Alcor, al menos a primera vista. De ahí mi continua reivindicación de la excepcionalidad de nuestro pueblo, de Villalba del Alcor, en todo lo que representa Santa Águeda.
Esa singularidad es precisamente el vehículo que puede (y debe) contribuir a potenciar la imagen de Villalba, seña de identidad de nuestro pueblo, y uno de esos factores diferenciales del que tanto oímos hablar.

Índice de contenidos
- Algunas referencias a Santa Águeda en el siglo XVI
- La veneración popular a la santa. Un caso del siglo XVII
- Las mujeres de Villalba y Santa Águeda
- Conclusión
Algunas referencias a Santa Águeda en el siglo XVI
En estas breves líneas vamos a remontarnos al siglo XVI, a algunas de las más antiguas referencias que conozco sobre nuestra patrona.
Si nos situamos en el ecuador de esta centuria, Villalba está experimentando, aunque sólo sea en un plano secundario (tengo mis dudas), la vorágine de todo lo que supone la incorporación de las nuevas tierras americanas; en un momento en que Sevilla (apenas a 40 km) es el epicentro de todo este proceso.
En este contexto en el que las grandes entidades de carácter religioso son las cofradías vinculadas a los dos hospitales, Misericordia y San Bartolomé, la antigua devoción mariana de Las Reliquias y el creciente (y creo que reciente) empuje de la Vera Cruz, Santa Águeda es una devoción «secundaria», casi marginal.
Santa Águeda forma parte de ese pelotón compuesto por las ermitas de «segunda fila», junto a San Sebastián y San Roque, que dispone de unos recursos económicos muy limitados, sustentados principalmente por unas escasas rentas y pocas limosnas. La principal diferencia entre ellas es que aquellas tienen a su favor el elemento geográfico: se encuentran ubicadas en el casco urbano.
Tenemos que recordar que son tiempos de una intensa reafirmación de las creencias religiosas que se manifiestan en la práctica con la aparición y desarrollo de nuevas corporaciones y el crecimiento de otras ya existentes. Un apoyo que se materializa a través de las innumerables limosnas y donativos que los hombres y mujeres de este siglo ofrecen a aquellas instituciones «de moda» o con las que mejor se identifican. En nuestro caso, las más habituales y las que se reparten «el pastel» son las anteriormente citadas, además de las del Santísimo y las Ánimas. La presencia de las otras, entre ellas Santa Águeda (la ermita siempre como entidad), son casi anecdóticas o residuales.
Pero vayamos a algunos datos concretos que, de alguna manera, también avalan estas afirmaciones.
Recordemos que estamos a mediados del quinientos. Son años en los que la mayordomía y administración de esos escasos recursos recaen en manos de los clérigos locales, probablemente por la ausencia de una institución en forma de cofradía que se encargara de esta gestión.
En esos años, concretamente en 1541, Antón Sánchez, un clérigo presbítero ejerciendo como mayordomo de la ermita de Santa Águeda da a tributo, en alquiler, a un vecino del pueblo, a un tal Pedro Benítez por más señas, un pedazo de viña ques de la dicha ermita al pago de la Huerta Vieja por 34 maravedís. Una pequeña propiedad que algo le rentaba a nuestra patrona.
Cuatro años más tarde, en 1545, otro vecino, en este caso Gonzalo de Llerena, reconoce y se compromete en seguir pagando anualmente una cierta cantidad de dinero a la ermita. Se trata de una carga que va incorporada a la propiedad de la finca:
… otorgo a la ermita de Santa Águeda desta dicha villa e a vos Antón Sánchez, clérigo presbítero, mayordomo de la dicha ermita… digo que por cuanto yo he e tengo un pedazo de viña ques a las espaldas de San Sebastián término desta dicha villa que hay mil e doscientas cepas poco más o menos que alindan de la una parte con viñas de Alonso Jiménez e de la otra parte con viñas de Cristóbal Rodríguez vecinos desta dicha villa sobre la cual dicha viña … la dicha ermita ha e tiene e se le paga en cada un año 60 maravedís de censo e tributo perpetuamente para siempre jamás por el día de Pascua de Navidad de cada un año…
Y continúa… la cual dicha viña yo hube con el dicho cargo e agora me habéis pedido que reconozca señorío del dicho tributo a la dicha ermita e yo lo he por bien, por ende, en la mejor forma e manera que haya lugar de derecho, reconozco… dicho tributo a la dicha ermita de Santa Águeda e prometo e me obligo de le dar y pagar desde hoy en adelante perpetuamente… (incluidos herederos y sucesores) los dichos 60 maravedís de censo e tributo.
Antes de seguir, una breve aclaración para situarnos. En esos años, lo que hoy se configura como la parte alta de la calle Carmen no es más que un territorio de «solares» y cercados de viñas, con un camino por medio al que se conocía como «camino que va a Manzanilla» (seguramente la futura calle seguiría este trazado). Unos años más tardes, sobre uno de esos cercados de viñas se levantó el convento de frailes carmelitas (¿carmelitas?… ¡Upps!, perdón ese es otro tema que encierra también su parte de misterio).
Volviendo a nuestro asunto. Treinta años después, en 1578, otro clérigo, Cristóbal Martín, deja constancia de como ha sido a mi cargo la mayordomía de la Señora Santa Águeda y de cómo ha tenido a su cargo el cobro de los escasas rentas con las que cuenta la ermita, cobrando la renta della de tres años sin este presente, los dos años a diez fanegas de trigo y el otro cinco fanegas de trigo que son veinte e cinco fanegas de trigo, e cada un año nueve o diez reales de tributo que pagan Buenaño y Pedro Benítez Alcántara y la ciega suegra de Pedro Fernández.
Es decir, no sólo hay imposiciones de tributos sobre tierras ajenas, también la ermita cuenta con algunas fincas, que arrendadas, le aportan otros ingresos como los que debe Bernabé de Osornio (Osorno) la renta de la tierra de la dicha ermita deste presente año e los tributos deste dicho año.
Escasos ingresos, volvemos a repetir, si los comparamos con los que perciben otras cofradías. Y este mismo caso nos puede servir de ejemplo para comprobarlo. Resuelta que este clérigo, Cristóbal, vive en unas casas sobre las que recae un tributo que tiene que pagar a… la Vera Cruz, y él mismo nos lo manifiesta cuando dice que debo a la cofradía de la Vera Cruz desta villa doce reales de tributo en cada un año sobre las casas de mi morada, perpetuos, y tengo pagado la paga pasada a Diego García Prieto, hermano mayor de la dicha cofradía. Sólo con los derechos que tiene sobre una propiedad, la Vera Cruz ya recibe los mismos ingresos que los referidos anteriormente.
¿Y qué se hace con estos ingresos? La recaudación se destina a cubrir una serie de gastos básicos, entre ellos el destinado a predicadores, un gasto habitual, fijo, en el resto de cofradías y que representaba un buen pellizco del presupuesto anual… dello he pagado e gastado en predicadores e otros gastos.
En todo esto también hay un componente, atribuible a la «costumbre», que todavía hoy nos resulta familiar. No es más que la existencia de ciertos «vínculos familiares» relacionados con la administración de los recursos de la ermita. Para entenderlo sólo hay que poner atención a ciertos datos que nuestro clérigo expone en otro momento al referirse a Gonzalo Martín Buenaño y a Juana Jiménez, su mujer, mi sobrina, y sigue con María de Costa, mi sobrina, mujer de Bernabé de Osornio (ambos referidos más arriba).

La veneración popular a la santa. Un caso del siglo XVII
Si hasta ahora hemos hablado de la ermita de Santa Águeda casi exclusivamente en términos económicos, como una entidad de la que sólo hemos ofrecido y documentados datos monetarios, no significa que de la parte estrictamente devocional no exista constancia alguna. Puede resultar escasa a nivel de pruebas documentales, pero esa devoción existe.
Vamos a ello.
Ya metidos en la siguiente centuria, concretamente en el año 1618, una villalbera, Isabel Hernández, una mujer viuda, con recursos que le permiten tener una situación que podríamos calificar de holgada, viendo ya cercano el momento de su muerte, redacta y estipula sus últimas voluntades. Entre ellas establece que se diga un novenario rezado que se ha de decir en Nuestra Señora de las Reliquias y que lo digan los religiosos del convento del Carmen desta villa.
Sin que este mandato tenga relación alguna con Santa Águeda, sí que nos deja constancia y es una prueba evidente de la preponderancia e influencia que entonces tenía una ermita y una imagen sobre la otra. Podemos decir que en estos años aún «no hay color». La de las Reliquias es la ermita «extramuros» por excelencia.
Nuestra buena señora no sólo se limita a costear estas misas, también le deja una limosna en dinero. Limosna, pero de menor cuantía, que también deja a las del Dulce Nombre, la Soledad, el Carmen. Nada de ello comparable al «donativo» con que favorece a la Vera Cruz. Se trata de un cortinal junto a la calleja que sale al camino de la Huerta Vieja en que habrá doce almudes de sementera, antes más que menos.
Esto está muy bien pero, ¿y a Santa Águeda? También tiene un detalle con ella, pero en este caso de manera indirecta. Se entiende perfectamente cuando nos dice que mando se diga otra misa rezada a Santa Águeda por la devoción del dicho Leandro de Mesa, mi marido.
Sólo una misa, pero es un dato importante porque, como ya dijimos anteriormente, aquí introducimos un elemento nuevo: la cuestión devocional. La santa parece estar perfectamente integrada dentro del directorio de imágenes que despiertan el fervor popular. Es indudable que existen preferencia individuales hacia la veneración a la santa siciliana. Comprobamos que Santa Águeda está presente en las plegarias de los villalberos de la época.
No quiero dejar pasar un hecho tangencial y que nada tiene que ver con este artículo. Nos hemos dado de bruces con un personaje que nos abre las puertas a un aspecto apasionante, uno más, de la vida de Villalba. ¿Quién es este Leandro de Mesa? No, no fue un personaje relevante, apenas conocemos algún que otro dato sobre él, pero… sí conocemos a su familia. El relato de esta familia, es el relato de una época, de un tiempo, la segunda mitad del siglo XVI, que marcó una de las etapas más apasionantes de la historia de nuestro pueblo.
En ello estamos y muy pronto lo iremos descubriendo (parece que se acumulan los temas).
Las mujeres de Villalba y Santa Águeda
Las fiestas de Santa Águeda (Ágata o Gadea :)) se extienden, mayoritariamente, por toda la mitad norte de la Península, posiblemente en zonas y territorios donde la mujer ha tenido un papel algo más preeminente que en el Sur. Es por eso que una de las cosas que más llama la atención en esta festividad es la presencia y el protagonismo de las mujeres. «Mayordomas» y «Alcaldesas» forman parte de esta celebración vinculada a la mujer y a la rememoración de ritos relacionados con la fertilidad. En nuestro caso, en el caso de Villalba del Alcor, este protagonismo también es manifiesto a lo largo de su historia.
La presencia de las mujeres de Villalba en torno a Santa Águeda es una constante desde hace años. El importante papel que nuestras paisanas han jugado en todo lo relacionado con la devoción a Santa Águeda es indiscutible. Bien es verdad que no ha sido un protagonismo tan evidente, tan «visible» como el que tiene en el norte de España, pero no es menos cierto que su contribución, su trabajo, su dedicación y su influencia sobre las siguientes generaciones han sido primordiales en el mantenimiento y difusión del fervor hacia nuestra patrona.
Pero, ya que hablamos de historia, prediquemos con el ejemplo.
Vamos a dar un salto en el tiempo. Situémonos ahora en el siglo XIX. Sabemos que es un siglo convulso, el fin de muchas instituciones religiosas y el principio de una nueva etapa para otras. La mujer es la heredera, ahora sí de una forma evidente, de esa tradición piadosa de veneración a la santa, alzándose con un protagonismo que no tuvo, o si lo tuvo no lo conocemos. Pero son ellas las que en este siglo se alzan como las responsables más directas en el mantenimiento y la continuidad de la propia institución.
Tomemos como referencia el caso de dos mujeres que, sin poderlo confirmar, debían estar emparentadas.
Estamos a mediados del siglo XIX y Francisca Domínguez Ramos, como encargada que estoy por el Ayuntamiento de esta villa en la Mayordomía de nuestra Patrona, Señora Santa Águeda, se ocupa de cobrar los tributos que están impuestos sobre determinadas fincas. Por ejemplo, en el año 1844, en noviembre, firma un recibo que justifica el valor de 303 reales y 3 maravedís, que recibió de la Sra. Dª. Josefa Romero y Landa … por el tributo que anualmente paga a dicha patrona impuesto sobre toda la viña que se halla en este término al sitio de la Vega y contigua a la ermita de la santa… Y es lo que sigue haciendo en años posteriores, en 1847, 1848 y 1849.
Unos años más tarde, en 1855, será Josefa Domínguez, tal vez, miembro de la misma familia, la encargada por el ayuntamiento en la administración de todo lo correspondiente a nuestra patrona Santa Águeda, entre otras cosas, cobrar y expedir los susodichos recibos de pagos de tributos.
Conclusión
Santa Águeda es, a partes iguales, un tema apasionante y desconcertante, absolutamente desconocido en todas sus vertientes.
En torno a ella surgen muchas preguntas que algún día quizás seamos capaces de responder: en qué momento fue erigida como patrona de Villalba del Alcor; quién o qué influyo en ese nombramiento; qué factores determinaron su crecimiento; qué papel jugó en la difusión de su devoción la desaparición y perdida de fuerza de las Reliquias; cómo influyó el traslado de la ermita desde los aledaños de la sierra a un lugar más cercano del pueblo y a la orilla de una importante vía de comunicación; qué supuso el apoyo de la administración local en la conservación y fortalecimiento de la devoción a esta imagen a medida que desaparecían o se desinflaban las demás; … y otros muchos qué, cómo, cuándo y porqué. Un tema que dará para muchas horas de estudio y de lectura. Sin duda.
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