En la segunda mitad del siglo XVI, en la década de los setenta de ese siglo tuvo lugar un hecho insólito en nuestra comarca: se cometió un asesinato en una localidad próxima a Villalba del Alcor. Un delito en el que parece ser estuvo implicado un vecino de nuestro pueblo. Durante el proceso de investigación que se llevó a cabo para esclarecerlo y descubrir al, o a los culpables se procedió, como era habitual en estos casos, a interrogar a diferentes testigos. Durante las pesquisas que se realizaron en Villalba se le preguntó a una testigo “si hay reloj en la dicha Villalba”, y la declarante respondió “que es verdad que en la dicha Villalba hay reloj e que cada día se oyen las horas”.
Parece que el sonido de las horas que marca ese reloj estaba plenamente integrado en la vida de los villalberos de mediados del siglo XVI, formaba parte de la sinfonía de sonidos que envolvía la vida de los vecinos.
Sonidos del pasado que hoy seguimos escuchando y que son una constante en nuestras vidas. Hoy como ayer, el menos en mi caso, la campana del reloj de esa pequeña espadaña de la iglesia de san Bartolomé sigue siendo una referencia ineludible.
Es curioso como en el momento en el que ese pequeño instrumento que marca la hora, que mide el tiempo, convertido ya en el compañero imprescindible e inevitable de nuestras vidas, presente en muchos de los objetos que nos rodean, sigue sin conquistar el territorio que por derecho propio le corresponde a nuestro querido “reloj de la plaza” en el ejercicio de su infatigable labor. Insisto, es una opinión muy personal, pero cuando oigo su campana, instintivamente miro la hora en cualquiera de estos dispositivos. Primero el sonido de la campana, luego la confirmación visual de lo escuchado. Es mi “orden natural” del tiempo.
Hoy, ahora, ya, seguimos escuchando las horas que marca el reloj de la iglesia. Igual que entonces, en el pasado, hace siglos, el reloj también marcaba la hora y la vida de los villalberos.
Lo cierto es que este dato despertó mi curiosidad.
Y sí, de eso vamos a hablar hoy, de relojes, del reloj de Villalba del Alcor.
La Europa de los primeros relojes
Desde finales del siglo XIV y hasta mediados del siglo XVI Europa disfrutó de un periodo expansivo, una etapa de cierto bienestar gracias al aumento de la producción agrícola, la reducción de las crisis de subsistencia, los avances técnicos, la apertura de nuevos mercados y, en general, el aumento de la riqueza.
El reloj «público» se convirtió a lo largo del siglo XVI en un elemento rupturista, en el símbolo de esos cambios sociales y mentales que se estaban produciendo en la sociedad de la época. Fue el objeto que mejor representó el proceso de progresiva emancipación del control que la iglesia tenía hasta esos momentos de «los tiempos» que marcaban la vida de la gente.
No podemos olvidar que las campanas, habían sido, y seguían siendo, las administradoras de los ritmos vitales de las pequeñas comunidades rurales, como era el caso de Villalba del Alcor en esos años.
En esta línea, la propuesta de un eminente historiador francés nos ofrece dos modelos “temporales”: el de los mercaderes, más racional, laico, representado por el reloj público; y el modelo tradicional, el de las horas canónicas, el gestionado por la iglesia, el «tiempo de las campanas». No es más que un nuevo escenario donde se representa un nuevo episodio del enfrentamiento entre la Iglesia y el poder civil, del proceso de laicización de la sociedad europea.
La medida del tiempo no sólo es un proceso de ruptura de los modelos sociales, la difusión de estos relojes públicos son también una manifestación de poder y autoridad, del prestigio de una institución local como es el Concejo Municipal.
Y, desde luego, no todos los municipios, villas o ciudades tenían los medios económicos ni las posibilidades para poder tener un “aparato” de estas características. Disponer de un reloj iba mucho más allá de disponer de una “tecnología” para medir el tiempo, era un signo de prestigio que, en gran medida, “marcaba” diferencias entre unos lugares y otros.
Un dato puede servirnos de referencia: en la segunda mitad del siglo XVI, el cabildo municipal de Sevilla instala nuevos relojes en los campanarios de las iglesias de San Marcos y de San Lorenzo que se suman al que ya existía en la torre de la Giralda para “regular” la vida de la ciudad.
¿Dónde se instalaban los relojes?
Al ser «públicos», eran relojes que habitualmente se instalaban en los campanarios de las iglesias, siendo los casos menos habituales la construcción de torres del reloj como parte de los propios edificios capitulares. Hoy todavía podemos ver como hay Ayuntamientos con pequeñas torres ocupadas por un reloj. No es nuestro caso.
En estos años, y en el caso de Villalba, es muy posible que el reloj estuviera en la torre campanario de la iglesia o en algún lugar de ella, por ser un lugar privilegiado en cuanto a su acústica y en cuanto a su visión.
¿Cómo eran esos relojes?
Cuando anteriormente me he referido a la acústica lo he hecho porque en esos años, esos primeros relojes públicos carecían de la esfera que hoy conocemos. No había necesidad de “mirar” el reloj, era suficiente saber las horas, y para ello bastaba con los sonidos de una campana que marcara esas horas. Eran relojes mecánicos con ciertos problemas de “precisión”. Más adelante se incorporó la esfera con una solo “manecilla”, la de las horas, y la mecánica permitió que la exactitud de su marcado fuera más fiable.
Desconocemos las características de éste, nuestro reloj, ese que escuchó la testigo. Si tenía esfera o, por el contrario, carecía de ella, limitándose sólo a dar las horas, y si la tenía, cómo sería esa única saeta que señalaba los números; si la complejidad de su mecanismo permitía que su desfase no superara el minuto cada día… Muchas cuestiones a las que no podemos dar respuesta.
¿Quién construía y mantenía estos relojes?
Parece evidente que los encargados de fabricarlos eran los relojeros y su mantenimiento, en los casos de ciudades y municipios importantes, corría a cargo de un relojero municipal. Un empleo que, sin duda, supondría un incremento importante para las arcas concejiles. En muchas otras ocasiones era una tarea encomendada a algún “funcionario” bajo la supervisión periódica de “relojeros profesionales”.
Pero antes de seguir vamos a introducir una nueva variable en el tema.
Acerquémonos a un oficio de cierta relevancia en la época en la que estamos, mediados del siglo XVI: la rejería artística.
La Rejería Artística
Durante la primera mitad del siglo XVI estamos aún inmersos en la época de mayor esplendor de este arte que comenzó su etapa dorada a finales del siglo anterior, el XIV.
A principios del siglo XVI existen multitud de talleres a lo largo de toda España, tanto fijos, como itinerantes que acudían a la llamada de grandes proyectos, encargos y trabajos.
Algunos de los talleres de forja más importantes del momento se encuentran en Sevilla, esa ciudad pujante y rica. Y no sólo grandes obras salieron de estos talleres, también fueron escuelas que formaron extraordinarios discípulos herederos y continuadores del esplendor de esa industria.
Y la gran pregunta, ¿qué tiene que ver la rejería con los relojes?
Todo.
Esos mismos maestros, según la documentación, aparecen indistintamente nombrados como herreros, rejeros o cerrajeros y en ocasiones como relojeros.
De esos talleres salían muchos de los “aparatos”, relojes mecánicos, construidos con piezas de hierro, que se instalaban en torres y edificios municipales.
El reloj de Villalba del Alcor
Llegamos a la parte donde esos artífices de obras en hierro se convierten en protagonistas de las historias de Villalba del Alcor.
Ahora toca saciar la curiosidad inicial, la que nos ha traído hasta aquí.
Uno de esos talleres fue el del maestro fray Francisco de Salamanca, un palentino que, entre muchas otras grandes obras, trabajaba para la catedral de Sevilla en su capilla mayor, en el coro y en otras dependencias.
Durante su estancia en Sevilla, en 1529, hizo donación de sus propiedades personales, entre otros, a un tal Antón de Palencia, un sobrino suyo al que nombró como beneficiario de los bienes que tenía en el taller sevillano. Una más que evidente relación profesional que lo presenta como “heredero” y continuador de la obra de fray Francisco de Salamanca. Sabemos que en 1536, Antón vivía en la collación (barrio) de Santa María y realizaba algunos encargos para la catedral de Sevilla. Pero sobre todo, lo más interesante es que unos años antes, en 1523, aparece descrito en la documentación como “ofiçial e maestro de hazer reloxes”.
Todo esto nos conduce de nuevo a nuestro pueblo y a ese reloj del que habíamos tenido referencias al principio del artículo. Es el momento de confirmar que el reloj de Villalba del Alcor era un elemento que ya formaba parte del paisaje urbano a mediados del siglo XVI. Un reloj público que ya existía al menos 30 años antes de la declaración de nuestra testigo y al que en esos momentos ya parecen estar habituados los vecinos del lugar.
Y para entender todo esta historia nada mejor que recurrir a las fuentes originales, al documento que nos aporta las claves de esta historia:
Antonio de Palencia, vecino de la ciudad de Sevilla en la collación de Santa María la Mayor que está al presente en esta villa de Villalba del Alcor otorgo y conozco al concejo de la dicha villa e digo que por cuanto yo me concerté con el dicho concejo della adobar (arreglar, preparar) todo el movimiento del reloj desta villa por precio de tres mil maravedís por tiempo de cuatro años cumplidos próximos siguientes, el cual dicho reloj al presente yo lo tengo adobado e recibido de Juan Franco, vecino desta villa en nombre del dicho concejo los dichos tres mil maravedís de los cuales me doy por contento, pagado y entregado a mi voluntad sobre que… Por tanto, en la mejor forma e manera que haya lugar de derecho, prometo e me obligo que el dicho reloj estará e será fiel e seguro durante el dicho tiempo de los dichos cuatro años cumplidos siguientes contados desde hoy día de la fecha… e no se desconcertará e si se desconcertare una o más veces, como no sea pieza gastada o quebrada o por culpa de alguna persona… yo lo volveré a concertar e lo concertaré tantas e cuantas veces acaeciere hasta quel dicho tiempo de los dichos cuatro años sea cumplido. E para que yo lo faga, el dicho concejo sea obligado a me lo noticiar e facer saber para que yo faga lo susuodicho e después que sea requerido e no lo haciendo el dicho concejo o su mayordomo en su nombre o otra persona por él lo pueda mandar a adobar a mi costa e minsión. E por lo que así costare me pueda executar con solo el juramento e declaración del dicho mayordomo o de la persona quel concejo nombrare o pusiere para gastar los susodicho sin que para ello intervenga otro auto ni liquidación alguna… Obligo mi persona e bienes muebles e raíces habidos e por haber e doy por cumplido bastante, libre e llanamente a todos cualesquier jueces e justicias de cualquier forma e jurisdicción que sea ante quien fuese… en especial a los dichos vecinos de Villalba a cuyo fuero e jurisdicción me someto e obligo…
No cabe duda que nuestros capitulares no dudaron en contratar a un rejero-relojero de renombre, con un reputado taller, al que se le encarga su conservación y mantenimiento, al menos durante cuatro años.
Conclusión
Quizás esta curiosa “anécdota”, la de un pueblo que ya a mediados del siglo XVI, si no antes, contaba con un reloj público, un “lujo” al que no todas las poblaciones tenían acceso, pueda ayudarnos a ubicar a nuestro pueblo en el contexto de una centuria “disruptiva”.
Ya lo dijimos, el XVI es la consagración del tiempo laico, sobre todo en las ciudades. Sin embargo no deja ser excitante pensar que hace casi 500 años un reloj público ordenaba la vida de nuestros antepasados… igual que hoy sigue marcando las horas de nuestras vidas.
Y cuando paséis por la plaza echadle un vistazo al reloj y pensad en esta historia.
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