
Estamos inmersos en la Cuaresma, tiempo de reflexión, de meditación, de introspección para los católicos. Una etapa del calendario litúrgico repleta de una intensa carga emocional, especialmente señalada entre las celebraciones anuales de estas tierras.
Si nos trasladamos unos siglos atrás (al siglo XVI, por ejemplo), la iglesia, lo sagrado, impregna la vida cotidiana de nuestros pueblos y ciudades, está presente en todas las manifestaciones de la sociedad del momento, ya sea en el ámbito puramente privado o en el público. Y la Cuaresma es, sin duda, la mejor representación de esta realidad.
Se trata de una fiesta que, teniendo un profundo sentido religioso, influye en todos los aspectos de estas sociedades rurales. O lo que es lo mismo, las instituciones seglares no se mantienen al margen, se involucran y se mimetizan con esta realidad.
El ejemplo más palpable de esta imbricación es el de los Predicadores de Cuaresma.
Los Predicadores de Cuaresma en Villalba del Alcor
En nuestro caso, en la historia de Villalba del Alcor, el cabildo municipal, como brazo secular de la sociedad y representante de los vecinos del lugar, jugaba un importante papel en la organización de la Cuaresma.
Llegado este tiempo, una de las costumbres más arraigadas en la tradición española es la presencia de un Predicador de Cuaresma, un orador, un sermoneador que transmitiera determinados mensajes acordes con los principios sagrados que ordenaban la sociedad del momento.
Hay que tener presente que las prédicas se convierten en el vehículo más inmediato y directo para transmitir el mensaje y cumplir con esa función pastoral propia de la tradición contrarreformista (junto con la tradicional escenografía de esa Semana Santa procesional).
El predicador se convierte en una estrella mediática que atrae a las gentes, que concentra en torno a su palabra, al púlpito, la atención de los fieles, dispuestos a escucharlo, a recibir el conocimiento junto al adoctrinamiento y recrearse con palabras emotivas, inspiradoras. La elocuencia de estos sacerdotes enseñan, mueven el espíritu y deleitan el alma.
Los sermones son una herramienta al servicio de una idea, de un propósito superior: el mantenimiento del orden social en el que la iglesia y su mensaje juegan un papel trascendental.
Sermones y predicadores habíalos en todas las festividades importantes, “fichados” por las diferentes instituciones religiosas del municipio. Pero, el momento que todos compartían por ser una de las citas clave de la vida de un cristiano era el ciclo de la Cuaresma y para entonces había que “apostar” fuerte.
Era el Concejo de la villa el que se encargaba de costear los gastos derivados de la presencia de un religioso en nuestro pueblo durante este periodo. Era el que corría con unos gastos nada despreciables dada la “talla” o la reputación de algunos de los clérigos y sermoneadores que acudían y compartían su oratoria y conocimientos con los vecinos durante sus predicaciones.
Estos gastos debían ser considerables. Desde los propiamente derivados del “sueldo” que podía variar en función de la preeminencia, popularidad o calidad del predicador contratado, pasando por los gastos de manutención, de viaje…
Todo esto explica la implicación de las autoridades civiles en asuntos religiosos, algo que no nos extraña dada la estrecha relación de ambos estamentos en la persecución de ese fin común y en el transcurrir de la vida diaria.
Esa unidad de objetivos no siempre se reflejaba en una unidad de criterios a la hora de enfocar o de tratar algunos de estos asuntos eclesiásticos, sobre todo si por medio había dinero.
Y este que traemos aquí es uno de los casos en que se podía producir alguna fricción entre diferentes esferas de poder: las instituciones civiles, las eclesiásticas y las hermandades y/o cofradías.
Conflictos con los Predicadores de Cuaresma en Villalba del Alcor
Vemos como en 1565 la Cofradía de la Misericordia y la de San Bartolomé, ambas con hospital y capilla propia, y en concreto sus hermanos mayores, Francisco Benítez Fraile y Gonzalo Pérez Vicente, se coaligan y encargan a uno de sus cofrades que se presente ante el Provisor de la iglesia de Sevilla para que defienda los derechos de ambas hermandades ante lo que ellos consideran un abuso.
Y cual es ese asunto que con tanto interés les lleva a reclamar ante la autoridad eclesiástica. Tratan de defenderse y liberarse de un mandato del arzobispado que les obliga a pagar a un fraile del convento de San Pablo de Sevilla la limosna que se tenía de costumbre de pagar por haber predicado la Cuaresma pasada.
Y es curioso como en la misma línea y de manera simultánea el concejo de Villalba, el ayuntamiento, a través de otro representante, solicita a este mismo arzobispado que se cumpla ese mandato y apremie por todo rigor y censura a los hermanos mayores que den e paguen la limosna que es costumbre e se suele dar e pagar a los frailes que suelen predicar e predicaron las cuaresmas pasadas en esta dicha villa.
Unos años después, en febrero de 1569, comprobamos la importancia que este asunto despierta en la población y los conflictos y diferentes interpretaciones que se generan en torno a él.
Si unos años antes es el cabildo el que reclama a las cofradías hospitalarias el pago de este predicador, es este mismo concejo el que se arroba el poder para “contratar” al Predicador de Cuaresma de ese año. Y así se lo encargan a fray Francisco de Sicilia, prior del monasterio de San Francisco de Sevilla para que en nombre del concejo y ante el Provisor de la iglesia de Sevilla de licencia a fray Fernando Nijuelo, predicador de la dicha orden, para que en esta villa pueda predicar la Cuaresma próxima venidera de este año presente, como este concejo lo tiene tratado e concertado con el dicho monasterio, atento sus buenas letras e doctrina y a la devoción que esta villa tiene a la dicha orden (la de San Francisco, un tema que trataremos en un futuro) e le pedir e suplicar le de la dicha licencia...
Y, llegado el caso, que el elegido para tal tarea no estuviera “disponible”, le encomiendan a este fraile que si no se proveyere e contra voluntad desta villa fuere provehido otro predicador desta orden, reclame dello e lo contradiga haciendo cualesquier apelación e suplicaciones .
Si no es ese, que en esos momentos debía ser un predicador conocido y demandado, reclame y apele lo que haga falta ante las autoridades correspondientes para poder traerlo al pueblo.
Parece que las cosas no fueron todo lo bien que hubiesen deseado y apenas un mes después un vecino de Villalba del Alcor, representando al ayuntamiento, se presenta, de nuevo, ante el Provisor de Sevilla para reclamar y alegar contra cierto mandamiento que dio este Provisor a petición de un fraile del convento de San Pablo (dominicos), fray Tomás de Vega, por el que mando que fray Fernando Nijuelo, predicador de la orden de San Francisco, no predicase en esta villa esta cuaresma presente.
Pero lo más curioso es que ese mandato designa al anterior fraile dominico (Tomás de Vega) y da licencia para quel dicho fray Tomás de Vega predicase en esta villa e se le diese cierta limosna en el dicho mandamiento contenido…
Perece que también Villalba era una plaza ”apetitosa” para los predicadores del momento. Había prestigio, dinero y muchos intereses en juego a la hora de designar a los predicadores, no sólo entre las instituciones religiosas y civiles, también había conflictos entre diferentes sectores eclesiásticos en la búsqueda de un espacio de influencia y poder corporativo.
En fin, todo un complejo mundo de relaciones, de tensiones y disputas en las que intervenían todas las entidades que influían en la vida cotidiana de nuestro pueblo.