Se han cumplido ya los 150 años del nacimiento en Villalba del Alcor de Nicolás Tenorio Cerero, un clásico erudito perteneciente a una antigua familia del lugar que se convirtió con sus estudios etnográficos sobre las tradiciones y costumbres de una aldea en la Galicia de principios del siglo XX en uno de los precedentes y precursores de la antropología cultural en nuestro país. Miembro de una antigua y notoria estirpe, su vida coincide con la decadencia social de esta rama familiar, a la vez que con él alcanza las mayores cotas de prestigio cultural e intelectual.
Revisando algunos de los temas pendientes de publicación, rescatamos uno que teníamos previsto publicar en el mes de diciembre del pasado año, como conmemoración del nacimiento de Nicolás Tenorio Cerero (28 de diciembre de 1863), ese villalbero del que algo sabemos pero poco conocemos. Haciendo caso al dicho popular, como el propósito es bueno, no creo que sea demasiado tarde para revisar algunas cuestiones sobre este personaje y su entorno familiar.
Como otros muchos villalberos que hemos ido conociendo en estas páginas, y otros de los que daremos noticias poco a poco, Nicolás comparte con ellos un rasgo distintivo: abandona el pueblo a muy corta edad y con el paso del tiempo sus recuerdos se diluyen o se idealizan.
Si bien deberíamos hacer una breve reseña de su vida, para lo cual nada mejor que dejarse guiar por la biográfica realizada por los investigadores Francisco M. Pérez Carrera y César de Bordons Alba con motivo del estudio de su obra El Concejo de Sevilla de Nicolás Tenorio Cerero (Universidad de Sevilla, 1995) en la que se incluye una introducción biográfica del personaje (1), como aquí lo que pretendemos es “ambientar” el entorno familiar y los antecedentes culturales que rodearon su vida y que posiblemente influyeran en su afán, comentaremos primero algunas cuestiones que pueden ser de interés.
Su nacimiento coincide con una década de especial relevancia en la historia española y también en la vida de algunos de sus familiares. Situémonos en el año 1863, año en el que vino al mundo este descendiente de un antiguo linaje villalbero del que tenemos noticias desde comienzos del siglo XVII (2). Su abuelo, José María, magistrado retirado, ha pasado momentos difíciles a lo largo de su vida. Casado dos veces y con un hijo de cada una de sus esposas (Miguel y Walabonso (3)), se ve “obligado” a regresar al pueblo desde la ciudad de Sevilla donde reside para ayudar a su hijo menor, Walabonso, el padre de Nicolás, que parece carecer de la iniciativa que se le intuye a otros miembros de la familia; se instala de nuevo en Villalba con el fin de asegurar una manera independiente de subsistir a mi otro hijo, el don Walabonso, me trasladé de Sevilla a este pueblo para dirigir a el último su industria agrícola que en él tiene entablada con cierto capital que el referido, su hermano, le ha facilitado graciosamente (4). Parece que para entonces la familia apenas poseía ya propiedades en Villalba, o al menos así lo dice el viejo magistrado en su testamento cuando expone como hace muchos años no tengo ni poseo en propiedad bienes algunos raíces pero que en el día poseo en usufructo una casa habitación en la calle Real de esta villa (5).
Un abuelo que, como ya hemos dicho en otras ocasiones, merecería una profunda investigación tanto en su trayectoria profesional, política (sus ideas “afrancesadas” le dieron muchos problemas) e intelectual (políglota, traductor, escritor, investigador).
En la calle Real, cerca de la plaza, pasó su infancia Nicolás hasta que la temprana muerte de su padre, cuando apenas tenía 5 años, y la ausencia de su abuelo (murió cuando tenía un año) culmina con el abandono del pueblo cuando rondaba los 12 años. Posiblemente no volviera nunca, pero es innegable que la huella de su infancia en este pueblo quedará marcada para siempre en su memoria.
Pero Nicolás es también sobrino de Manuel, el hermano de su padre. Su nombre completo es Manuel Tenorio de Castilla, hijo del primer matrimonio de José María y que el poco de nacer Nicolás comienza su declive político como consecuencia de los vaivenes de la política española del siglo XIX. Este liberal moderado alcanzó las mayores cuotas de influencia en la corte de Isabel II. Gobernador civil de varias provincias, diplomático y diputado y senador, se le recuerda sobre todo porque se le atribuye la paternidad de tres de las infantas, de las hijas de la reina Isabel durante su etapa como secretario personal de la misma. Miguel, además de su importante carrera política, desarrolló su faceta intelectual como escritor y poeta.
Con este esbozo del universo familiar que rodeó su vida, dejemos ahora constancia de algunos aspectos de ella recogidos en la biografía citada anteriormente y que no aparecen en las reseñas que podemos encontrar en la web.
Lejos de su pueblo natal, los siguientes 25 años los pasa en Sevilla, rodeado de su madre y de una tía abuela muy religiosa, propietaria de la casa donde residen, y donde su futuro parece estar ligado al estado eclesiástico. Pero, inexplicablemente, lo abandona y se decide por los estudios de leyes (¿le viene de familia?). Se licencia con 23 años en Derecho. En esos años es ya un activo protagonista de la vida cultural de la ciudad. Escribe poesía, investiga, estudia, cultiva las amistades, publica y se convierte en uno de los impulsores de la que será una institución principalísima en la ciudad: El Ateneo. Entre sus amistades suenan nombres tan conocidos como: José Gestoso, Manuel Chaves, Luis Montoto, Francisco Collantes de Terán, Carlos Cañal, José de Velilla, Peris Mencheta, etc.
Posiblemente tuvo que ejercer la abogacía para poder vivir antes de obtener la plaza de juez. Cuando la obtuvo en 1900 (diez años después de haber ganado las oposiciones) se cerraron las puertas de una vida ligada a una intensa actividad cultural. Rompió su noviazgo y truncó su entrada en la Real Academia Sevillana de Buenas Letras (de la que fue académico numerario).
Su destino es un pequeño pueblo de Orense en el que elabora la obra más importante de su producción literaria, La aldea gallega, (entre 1900 y 1906) y que no será publicada hasta 8 años después (6).
Tras Orense viene su destino en Murcia y Cádiz, donde conoce a la que será su esposa, una gaditana más joven que él y de carácter, al parecer, alegre. Después llegará Burgos y, finalmente, el regreso a Sevilla en 1924, a la calle Mateos Gago, donde vivió hasta su muerte. Murió en 1930 y lo más paradójico de su muerte es que, tras una vida dedicada al estudio y la lectura, su mujer vendió la biblioteca que tenía en su casa en el conocido mercadillo de “El Jueves”.
Finalmente, hay una cuestión que, tal vez, a los villalberos les resulte más familiar; es la referida “al Tenorio” de Villalba, a Rafael Tenorio y Santo Domingo, tío también de Nicolás. Se trata de un personaje más cercano y presente en la vida del pueblo gracias a la Obra Pía que lleva su nombre (7). Siendo Tenorio de apellido es innegable la relación que existe entre todos estos personajes. “Nuestro” Rafael Tenorio era hijo de un hermano de su abuelo José María, es decir que su padre, Walabonso, y el altruista Rafael eran primos hermanos (8).
Podemos concluir diciendo que el personaje tenía unos antecedentes familiares que lo marcaron en lo profesional (carrera judicial), pero es posible que también lo hicieran en su pasión por las letras, por la historia, por la escritura, o al menos no se puede decir que no estuviese bien “arropado”.
(1) Estos investigadores tuvieron la fortuna de contactar con un familiar, su sobrina, que lo conoció y del que conservaba una parte de su legado.
(2) APNLPC. Leg 1663 (1764). En 1601 se recoge la constitución de un vínculo o mayorazgo por parte del vecino de Villalba, el bachiller Francisco Núñez Tenorio.
(3) Walabonso es el primero y el único sobreviviente de los seis hijos que José María Tenorio tuvo con su segunda mujer, Nicolasa de Mier.
(4) APNLPC. Leg 1697 (1866).
(5) APNLPC. Leg 1697 (1866)
(6) La Aldea Gallega es una obra de la que se cumple este año el centenario de su publicación, en Cádiz.
(7) Sobre este tema, la fundación de obras benéficas, tenemos un antecedente en el siglo XVIII cuando Juan Salvador Osorno, el mayor contribuyente del momento, funda un Monte de Piedad.
(8) Hay que recordar que la fundación, obra pía, creada por Rafael Tenorio se constituye como resultado de la muerte de su única heredera sin descendencia.