… O lo que es lo mismo, ese instinto humano que brota de la voluntad de poder (según Niestzsche). Un deseo, el del poder, que es intrínseco a nuestra propia naturaleza humana y que, a veces, resulta ciertamente clarificador cuando se trata de materializarlo en actitudes y aspiraciones disimuladas con el discurso de servicio, vocación, entrega… siempre referidas a la comunidad sobre la que uno espera ejercerlo. Si a ese deseo le añadimos la incertidumbre de una voluntad que no depende de sí misma sino del conjunto de la sociedad, las contradicciones de los aspirantes al ejercicio del poder resultan, en ocasiones, paradójicas.
Quiero referirme con todo esto a la “saturación” propagandística a la que vamos a estar sometidos en estas semanas previas a la campaña electoral. Un deseo tan respetable como el de ejercer el poder no puede ser disfrazado con la máscara de servicio público porque esta actitud puede llevar a realizar actos que en nada concuerdan con la naturaleza que le otorgamos al sujeto que la realiza.
Perdido en ese oscuro rincón de nuestra memoria, apenas quedan restos de aquella verdadera vocación que alentaba a nuestros políticos. Todo ha cambiado, lo que antes fue una entrega unidireccional (doy sin apenas recibir nada a cambio) lleva años convertida en una labor bidireccional (entrego, sí, pero a cambio tengo que recibir algo o mucho) de la que pocas cosas se pueden decir. Disfrutamos del derecho a recibir una compensación por el trabajo, sí, pero siempre cabe la duda de si la transacción es equilibrada. En fin, son cosas de los tiempos y a ellos debemos adaptarnos.
A propósito de los primeros párrafos del texto, no quiero dejar pasar la repentina fiebre que les ha entrado a todos los aspirantes a ejercer este poder por el papel y la escritura. Parece que en la época del formato digital el papel sigue siendo el soporte más adecuado para divulgar proyectos y actuaciones, criticar al adversario, promocionar lo propio o justificar lo imposible .
Debemos agradecer ese efusivo entusiasmo comunicativo que, sin que sirva de reproche, hemos echado en falta en estos últimos años. Afortunadamente no todos han actuado de la misma manera y hemos podido disponer de otra versión de los hechos gracias a los panfletos que periódicamente, ya digo, por fortuna, nos han aportado otro punto de vista.
Me sumo a quienes piensan que, de esta o de cualquier otra forma, el mensaje debe llegar al usuario, al contribuyente, que es, al fin y al cabo, quien otorga el ansiado poder, la fama o la gloria a aquellos que serán los encargados de administrarlo.
Que la mesura guíe sus pasos y que todos podamos disfrutarla.