Hoy queremos recoger un hecho curioso y de indiscutible interés que aconteció en la Villalba de fines del siglo XIX. Llegado el caso, podríamos considerarlo como el gran “descubrimiento artístico del siglo diecinueve”, sobre todo por el “supuesto” valor del sorprendente hallazgo y por las controversias que en torno a este objeto se han generado a lo largo de los últimos tiempos. Su carga sentimental y, sobre todo, el halo de misterio que lo rodea ha despertado siempre una gran curiosidad entre muchos villalberos. Razones suficientes para sacarlo a la luz, subrayando, además, la fecha en la que tienen lugar los hechos, 1884, un año cargado de acontecimientos y sucesos sobre el que ya hemos hecho algunas referencias.
El contenido de nuestro artículo hay que enmarcarlo en un momento crucial en el proceso de “trasvase” o traslado de las pertenencias, propiedades y “tesoros” de las fundaciones y asociaciones laicas que pasan a manos del clero secular, es decir, de las ermitas y capillas al núcleo básico del poder eclesiástico: la parroquia.
Situémonos. Las medidas desamortizadoras y los vaivenes políticos no favorecen el normal desenvolvimiento de las asociaciones y corporaciones de carácter laico, ni tampoco la iglesia pasa por sus mejores momentos, afectada por la aplicación de estas medidas. Pero a partir de 1875 asistimos a un proceso de fundación- refundación y renovación de las hermandades propiciada por cierta estabilidad.
La religiosidad de los entornos rurales, con siglos de tradición, mantiene su inercia, sus costumbres; una herencia de generaciones que, sin embargo, se va articulando, poco a poco, en torno a devociones concretas que se popularizan en forma de vírgenes, cristos, santos, cruces…de ahí la necesidad que tiene la autoridad eclesiástica de imponer y ejercer el control efectivo de estas asociaciones que han funcionado, en cierto modo, ajenas a esa misma autoridad.
En torno a esas fechas, finales del XIX y primeros años del siglo XX, se producen una serie de acciones en el seno de las hermandades que tienen como objetivo la renovación de sus reglas. El año 1893 fue especialmente fecundo. Ese año, José Cruzado, “cura propio” de la iglesia de Villalba, protagoniza una “campaña” de reorganización, renovación, actualización y dinamización de las cofradías. Es el caso de la de Vera Cruz que en vista del estado verdaderamente lamentable en que se encuentra hoy en esta villa la antiquísima cofradía de la Vera Cruz… hace tiempo proyecta su reorganización…(1). Ese mismo año, este mismo sacerdote cree, en referencia a la hermandad de Nuestra Señora del Carmen, conveniente proceder en primer término a la formación de unos estatutos… para que pudiera la mencionada agrupación reconstituirse y elevarse a la categoría de verdadera hermandad, con el resultado de que sus reglas se aprueban en agosto (2). Cinco años después, se hace cargo interinamente de la hermandad de Nuestro Padre Jesús para que por éste se reorganice la misma de la manera más conveniente (3). Sin duda, un interesante personaje que también interviene en la redacción de las nuevas reglas de la hermandad de Santa Águeda en 1879 (4).
Pero hay una hermandad especialmente “mimada”: la Hermandad del Santo Entierro y la Soledad. Está “de moda” y las pruebas de esa predilección por parte de los eclesiásticos están a la vista (5) y se materializan en la presentación de un proyecto de regla en 1897 y su aprobación definitiva en el año 1900. Una hermandad, poderosa e influyente en esos momentos, cuyos órganos rectores están ocupados por los vecinos más influyentes de la localidad.
Pero volvamos al tema de nuestro interés, protagonizado, precisamente, por el presbítero ldo. Francisco de Paula Zambrano, hermano mayor de la Soledad. Este clérigo envía una carta al arzobispo de Sevilla en el año 1884 en la que expone una interesante petición que vamos a reproducir a continuación (6):
Don Francisco de Paula Zambrano, presbítero, hermano mayor de la cofradía del Santo Entierro de Nuestro Señor Jesucristo y María Santísima de la Soledad, situada en su capilla de la única iglesia parroquial del Sr. San Bartolomé de esta villa, a V.E.I. con el más profundo respeto expone:
Que al empezar a ejercer, hace poco más de un año, el cargo de capiller de la ermita de la Stma. Trinidad de esta población y al tratar de realizar una pequeña obra de decorado y aseo que el templo necesitaba, fijó el exponente su atención con especial detenimiento en un cuadro de lienzo de dos varas y media de alto (2 m aprox.) que en la sacristía de dicha iglesia se encontraba, en tan fatal estado de conservación que hacían casi imposible distinguir lo que en el expresado lienzo estaba pintado. Afanoso el que respetuosamente habla de investigar el mérito artístico que pudiera tener dicho cuadro, limpió por sí mismo y muy cuidadosamente parte del expresado lienzo y, como desde luego que descubrió algo de pintura que contiene, le pareció trazado por un habilísimo pincel. De acuerdo exclusivamente con el discreto e ilustrado Sr. Cura párroco de esta villa, trajo a su costa al restaurador don Pablo de Vera para que examinara el referido cuadro. Al verlo este inteligente artista pronunció frases de profunda admiración, afirmando sin vacilaciones ni dudas que la figura contenida en dicho lienzo era la de San Francisco de Asís, obra original del celebérrimo Zurbarán. Tan inestimable hallazgo produjo en esta población el júbilo consiguiente y la más grata y dulce de las complacencias en el que expone por el singular beneficio que Dios le había dispensado al inspirarle el anhelo que le empujó a no economizar medio alguno para averiguar las condiciones de aquel cuadro abandonado durante siglos.
El Emmo. Sr. Cardenal Lluch, dignísimo predecesor de V.E.I. (7) se sirvió autorizar verbalmente al citado Sr. Cura para que se llevara a cabo la restauración del referido cuadro, como en efecto se realizó, y tan perfectamente que causa admiración, como ya tuvieron la alta honra de elevar a conocimiento de V.E.I. el referido Sr. Cura y el que dice.
Si esas primeras investigaciones, si continuos afanes y desvelos por restituir a la vida una joya inestimable, lastimosamente perdida entre el polvo de la destrucción y del olvido, merecen alguna recompensa, V.E.I. se la otorgaría hasta con prodigalidad el que respetuosamente habla, si tuviera a bien ordenar que el precioso cuadro de que queda hecho mérito se colocara en la mencionada capilla de la Sacratísima Virgen de la Soledad. En ella, sobre ser sitio muy principal y el más seguro en dicha iglesia parroquial, sobre hacer el cuadro mayor falta que en alguna otra parte, su colocación en dicho lugar sería visto por todo este católico vecindario con la mayor satisfacción por el acentuado amor y especialísima devoción que los habitantes de este pueblo profesan a la Virgen Santísima de la Soledad.
Al tratar de la repetida capilla entiende el exponente que es sagrado deber suyo elevar también al superior conocimiento de V.E.I. un hecho que a su juicio constituye un legítimo e indisputable derecho a favor de la Hermandad que representa. De tiempo inmemorial ha existido en la capilla de Nuestra Señora de la Soledad un cuadro al óleo original de Herrera el Mozo, de más de dos varas de alto, que representa al Doctor de la Iglesia San Jerónimo, hasta hace algunos años que el ecónomo de esta iglesia, don Francisco de Paula Díaz, ya difunto, por su propia autoridad lo colocó en la Capilla Mayor de la misma iglesia, donde se encuentra. Sin pretender controvertir si el derecho de propiedad de dicho cuadro es de la Hermandad del Santo Entierro, a pesar de que todas las reglas del enteno (sic) humano están a favor de la primera, en nombre de la religiosa y antiquísima Hermandad que represento me limito a reclamar ante la respetable e ilustrada autoridad de V.E.I., por si así lo estima justo y procedente, se digne mandar que a la Hermandad del Santo Entierro de Nuestro Señor Jesucristo y María Santísima de la Soledad de esta villa se le se le restituya la inmemorial quieta y pacífica posesión en que estaba el dicho cuadro, disponiendo sea para siempre colocado en su capilla, lugar donde siempre ha estado, aún cuando la propiedad de dicho cuadro se entienda pueda ser de la parroquia. Por tanto el exponente:
Suplica encarecidamente a V.E.I. que previo los informes que tenga a bien ordenar se digne disponer que ambos cuadros sean colocados en la mencionada capilla, seguro como puede estarlo V.E. de que en ninguna otra parte han de estar ni mejor custodiados, ni con mayor seguridad. Es gracia que el exponente no duda alcanzar… Villalba del Alcor, 27 de enero de 1884.
Una carta extensa que nos aporta datos de gran interés. La respuesta no se hace esperar (8), y como es habitual se solicita el correspondiente informe del cura, que apenas 15 días después responde diciendo que a pesar de haber sido recientemente restaurado con fondos parroquiales, el insigne cuadro de San Francisco de Asís, original de Zurbarán, y de ser este el lienzo de más valor y mérito que hay para la iglesia de esta villa, cree el dicho cura que la petición del anterior es fundada y justa, no solo porque la capilla ofrece mayores garantías de seguridad que otro lugar en la parroquia, también por proyectarse cerrarla con una verja, además de compensar al solicitante por el interés y esmero con que ha contribuido a que dicha joya no perezca.
Respecto al segundo asunto dice que no conoce la historia de ese cuadro, también restaurado hace poco, pero que estuvo en la capilla de la Soledad hasta hace catorce o dieciséis años. Añade más adelante que sobre su origen si hay dudas ya que unas, como el presbítero de esta iglesia d. José Bautista Sevillano y Dña. Concepción de Cepeda creen que procede de la ermita de la Stma. Trinidad , otras , como el sacristán y otros ministros entienden ser inmemorial la permanencia del cuadro en dicha capilla.
La resolución final (9), tomada en mayo de ese mismos año, (en el mes de la fiesta de la cruz) dispone que los cuadros de San Francisco de Asís y de San Jerónimo, originales de los célebres pintores Zurbarán y Herrera el Mozo, respectivamente, que existen, el primero en la capilla de la Sma, Trinidad y el segundo en la capilla mayor de esa parroquia, se coloquen en la de Nuestra Señora de la Soledad, sita en esa misma parroquial iglesia, como lugar más seguro y a propósito para su conservación y custodia, añadiendo a continuación que se debe anotar en el inventario de la iglesia la procedencia y propiedad de dichos cuadros que corresponde a esa iglesia.
Este cuadro, atribuido a Zurbarán, pasó por diferentes trances a lo largo de la segunda mitad del siglo XX (10). Uno más de los episodios que han ido configurando la idiosincrasia de Villalba.
(1) ADH. Leg 539. Carta de 7 de mayo de 1893. El 15 de julio de ese mismo año, se aprueban los estatutos o reglas de la hermandad de la Vera Cruz y la virgen de las Angustias.
(2) ADH. Leg 539. Una decisión que viene precedida por ciertos incidentes a decir de este clérigo ya que, según él, existe de antiguo en esta villa una advocación piadosa sin aprobación de ninguna autoridad eclesiástica y añade que por existir en algún que otro individuo de la diputación un espíritu de independencia que lastima verdaderamente los derechos de la autoridad eclesiástica.
(3) APVA. Fondo JIG. Libro de acuerdos y cuentas de la hermandad del Dulce Nombre de Jesús (1840-1921).
(4) Reglamento para la Asociación de Santa Águeda, virgen y mártir, patrona de Villalba del Alcor (3 de abril de 1879) fue aprobado por F. J. Lluch y Garriga, arzobispo de Sevilla.
(5) APVA. Fondo JIG. Hermandad de la Soledad. En esos años de finales del XIX y principios del XX, el presbítero Ldo.Francisco de Paula Zambrano compone un setenario doloroso o “ejercicio contemplativo de los siete principales dolores de María Santísima», Corona dolorosa en honor y gloria de la Santísima Virgen María, que se consagra a la imagen “venerada en la capilla de los Barrera”.
(6) APVA. Fondo JIG. Asuntos Varios.
(7) Ceferino González, arzobispo de Sevilla.
(8) Idem (6).
(9) Idem (6).
(10) ABC de Sevilla de 27 de junio de 1963, 2 de julio de 1963