La primera impresión que registra nuestro cerebro resulta ser, en la mayoría de las veces, decisiva o definitiva; luego, con el tiempo, nuestros sentidos se habitúan a lo que perciben de manera constante y permanente a lo largo del tiempo.
Creo que eso es lo que nos ha sucedido con algunas de las grandes vergüenzas de nuestro pueblo; lo que en principio situábamos en el plano de lo ciertamente impresentable, de lo inexplicable e incluso de lo esperpéntico, se convirtió, con el transcurso del tiempo, en parte inseparable de nuestro día a día.
De vez en cuando, situaciones o hechos concretos nos devuelven a esa realidad inexorable, a esa dimensión en la que tampoco logramos explicarnos determinadas cosas. En este caso, esa situación que nos devuelve a esa realidad transdimensional, no es más que la apertura de un nuevo espacio, mil veces demandado, que hemos recibido como un verdadero maná: el nuevo parque municipal.
Al grano. Un acontecimiento así, acertado y plausible, también nos devuelve a esa otra realidad, a veces “sobrenatural” y siempre incongruente, a la que llamo “el triángulo de la vergüenza”.
Llevo años, todos llevamos los mismos, buscando una explicación, intentando entender que profunda razón, que misterioso motivo puede haber para mantener inalterado ese espacio (verde-fangoso-polvoriento-terroso-antihigiénico), marcado casi siempre con ese toque de humedad de procedencia incierta, comprendido entre un lateral de la escalera de acceso a nuestra parroquia y el extremo este de la misma. Sí, ese donde se levanta una especie de monolito, un “bulto” de ladrillo, de viejos trozos de cerámica (que al parecer recuerdan una época memorable de nuestro pasado) y viejos hierros retorcidos y oxidados a manera de exhorno de estilo postmodernista.
Supongo que la existencia de este elegante conjunto enriquece y revaloriza el rico patrimonio que lo rodea, ese mismo que fue declarado Monumento Nacional hace ya más de setenta años. Debe haber argumentos de peso que justifiquen la existencia de este espacio para que a lo largo de tantos años hayamos podido disfrutar de su incomprendida belleza.
El triángulo de la vergüenza no merece un tono diferente al referirnos a él porque es innegable que su valor, sea cual sea, ha sido inmenso durante años para los responsables de su mantenimiento y conservación. Y ahora, la verdad, si se decidiera cambiar su configuración (y no hablo de hacerlo desaparecer… nunca) creo que sentiríamos un pequeño pellizco en nuestro corazón; sería como arrancarnos una pequeña parte de nuestra vida, aparte de privarnos del desahogo que supone tener un lugar donde solucionar las habituales contingencias de nuestros pequeños.
Espero que la reciente inauguración de nuestro nuevo parque (una inversión de las más acertadas, sin duda), con el que creo que todos disfrutaremos, nos haga reflexionar sobre estos otros temas.