Estamos asistiendo al nacimiento de una de esas iniciativas que siempre son recibidas con aplausos generalizados por la comunidad en la que se desarrolla. En este caso me refiero a aquellas organizaciones civiles, de carácter cultural, dedicadas a la defensa del patrimonio, concretamente a la que recientemente se ha creado en Villalba del Alcor.
Una iniciativa, loable, sin duda, que pone en marcha los mecanismos necesarios para advertirnos de los peligros que acarrearía perder nuestras señas de identidad y para implicarnos en su conservación, un asunto sobre el que me manisfesté con claridad en un artículo publicado en el Boletín de la Hermandad de Nuestro Padre Jesús en el año 2012 con un texto sobre la identidad cultural de nuestra tierra y la responsabilidad que tenemos de mantenerla, conservarla y transmitirla a las futuras generaciones.
Hablando de Villalba…y
Después de leer el texto anterior (me refería al artículo de ABC del año 1935, “Una Joya”, donde su autor, Manuel Siurot, mostraba su admiración por Villalba del Alcor y por su iglesia) surgen muchos interrogantes y muchas inquietudes. Algunas de ellas nos llevan a mirar más allá de la simple contemplación de una “joya”.
Son muchos los pueblos que, aún teniendo un patrimonio escaso o pobre, o en pésimo estado de conservación, sienten por las huellas de su pasado una serena admiración y un inmenso respeto. Porque es ese pasado común lo que los enriquece, el que ha forjado las señas de identidad que hoy los identifica y los distingue; esa memoria compartida ha contribuido a formarlos y convertirlos en una comunidad única y singular. Es ese conjunto de elementos que constituyen el patrimonio el que, en gran medida, configura la identidad cultural de ese territorio, su mantenimiento refuerza sus señas de identidad y transmite un sentido de continuidad. Es un factor que une, que unifica en unos momentos en los que domina la dispersión y la globalización.
A veces resulta sorprendente, incluso admirable, que pequeños rincones de nuestro entorno tengan la capacidad de valorar lo que los siglos les han legado, y he ahí que con una dosis de esfuerzo, otra de compromiso y otra de cariño eleven esos “bienes” de su pasado a la categoría de verdaderos tesoros presentes con proyección al futuro.
Son actitudes que despiertan cierta envidia, natural en quien sabe apreciar el trabajo y la dedicación que esto requiere, y más si somos testigos del lento deterioro, de la pérdida progresiva de parte de nuestro patrimonio, el de Villalba. Tal vez nos ciega el imponente conjunto de nuestra iglesia, admirada y contemplada desde hace años, pero no debemos olvidar que existen otras huellas de nuestro pasado que puede enorgullecernos y llenarnos de satisfacción, a nosotros y a quienes en el futuro puedan disfrutarlas.
Si dejamos que esto siga sucediendo seguiremos ajenos a una realidad, perdidos en medio de una existencia que no podremos reconocer como nuestra, que nos alejará de nuestro propio destino. Esa falta de interés por quiénes fuimos, lo que hicimos, por el cómo y el porqué de un pasado que, en nuestro caso, es rico, variado y diferente es injustificable.
No debemos olvidar que la conservación de lo propio y singular es uno de los fines que debe buscar cualquier lugar que pretenda mostrar a sus habitantes y visitantes la imagen que quiere dar de sí misma: esto tenemos, así somos. Además, la sociedad moderna demanda no sólo la conservación y la protección del legado histórico sino que éste debe ser un elemento esencial en la adquisición del conocimiento. Un conocimiento que será la pieza clave en el nuevo modelo de sociedad. Hagamos entre todos un esfuerzo para que no sea esa imponente iglesia el único testigo de un tiempo que fue.
Es habitual encontrar en muchos municipios colectivos capaces de involucrarse en la consecución de un bien común como es, en este caso, el de conservar, promover y difundir aquello que los ha convertido en lo que son: el patrimonio histórico y cultural de una sociedad. No consideramos un proyecto utópico que en este pueblo se encauzara alguna iniciativa relacionada con el patrimonio, su conservación y difusión, a través de algún colectivo que, ajeno a cualquier injerencia política, fuera capaz de dinamizar nuestro riqueza cultural y material utilizando para ello todos los medios que la sociedad actual pone a su alcance.
Podemos y debemos tomar la iniciativa para evitar que nuestro pasado siga siendo un desconocido. Conocerlo y difundirlo para seguir avanzando.
Y como ya dije al principio, bienvenidos sean los proyectos que permitan conservar y difundir la identidad cultural de un pueblo y contribuyan a hacer más agradable el lugar en el que vivimos.