
Ha llegado el mes de mayo, el mes de las cruces. Tradición popular, fiesta laica, celebración religiosa. Una fiesta, o fiestas, que en su origen se concentraba en un solo día, cuando todas las existentes en el lugar se trasladaban a la parroquia para celebrar una gran función, regresando más tarde a sus lugares de origen entre el fervor y la alegría de sus respectivos devotos. Una fiesta del pueblo, en cada barrio, en cada rincón, ajustada a las posibilidades de cada una (Véase El día de la cruz en Villalba del Alcor. Morgado González, José A. Revista Sevilla Mariana nº 70. 1884) y que hoy se celebra de manera bien diferente.
Pero remontémonos un poco más. ¿Cómo comenzó todo? ¿Existen antecedentes que expliquen el origen de estas fiestas en nuestro pueblo? El formato que se detalla más arriba y que desemboca en el que todos conocemos hoy día debió sufrir un proceso de adaptación y definición de la fiesta sobre el que se pueden plantear algunas hipótesis. Vamos a construir una, propia, fundamentada en un espacio urbano definido en el que se combinan dos factores, o dos elementos de especial interés: un objeto de veneración concreto y un lugar de culto específico en la ámbito local.
La tradición de la fiesta de las cruces está indisolublemente ligada a la existencia de las capillas donde éstas se veneran. Su arraigo y su actual configuración, producto de la evolución natural de un culto con una gran proyección social y su vinculación con determinados lugares del entramado urbano del pueblo, puede ofrecernos algunas pistas sobre su origen. Es decir, la fiesta, o fiestas de la cruz, podemos explicarla bien como un proceso de agregación o integración del culto a una cruz de calle en una capilla cercana ya existente, bien por la aparición de nuevas experiencias devocionales ligadas a cuestiones de carácter geográfico, social, o sencillamente, propias de la condición humana.
El caso que nos ocupa hoy creemos que es de los primeros, el de la relación y la posterior integración de un elemento externo, habitual desde antiguo en el paisaje urbano, con un espacio de culto dedicado a la Santísima Trinidad.
Vamos por partes. En primer lugar existen en esta localidad, como en el resto de pueblos de nuestro entorno, algunas cruces alzadas en diferentes rincones del pueblo que nos recuerdan, aún hoy, unas prácticas devocionales sencillas y espontáneas. En el pasado existía una en concreto sobre la que tenemos referencias y que localizamos en lo que hoy es la Plaza de la Trinidad o antiguo “lugar del mercadillo”. Allí, a mediados del XVII, la hermandad que personifica esta devoción a la cruz, la de la Vera Cruz, con motivo del día de la Cruz, plantea celebrar unos cultos de cierta envergadura. Pero, mejor veamos lo que dice la copia del documento donde se recoge esta iniciativa:
En Sevilla en 15 de abril de mil seiscientos y cincuenta y cinco ante el sr. Provisor.
Andrés de Vaya, vecino de la villa de Villalba del Alcor, hermano mayor de la cofradía de la Santa Vera Cruz , sita en la iglesia de la dicha villa digo que todos los años el día de la Santa Cruz se hace una fiesta muy solemne donde concurre mucha gente de los lugares circunvecinos y para que todos gocen de de la celebración de la misa porque la iglesia es muy pequeña y cabe muy poca gente en ella.
A Vm. Pido y suplico me dé conceder su licencia para que en un altar que se le hace cerca de la puerta de la iglesia que está con muchísima decencia se pueda celebrar misa…
Posteriormente, Don Diego del Castillo, Provisor de Sevilla y su arzobispado, solicita al cura más antiguo que informe en razón de lo contenido en la petición y lo remita ante mí para proveer escritura para ello.
Más adelante, el cura más antiguo, recibida la petición por parte del Provisor, envía el correspondiente informe en el que dice que la dicha petición no contiene lo que la parte pidió porque el lugar donde pretende que se celebre la misa es un sitio que en esta villa de Villalba se llama el mercadillo, donde hace plaza y en medio della está una cruz con su peana y enfrente de la dicha cruz está una imagen de Nuestra Señora de la Limpia Concepción , sita en la pared con su nicho y lámpara que alumbra todas las noches, y en este lugar donde está la imagen quieren hacer altar y poner la cruz, añadiendo que quieren hacer capilla y adornar aquello de suerte que esté decente para poder celebrar. Continúa diciendo que si se hace esto que es referido podía Vm… dar licencia para que se diga misa en el dicho altar porque a mí me parece que estará decente para poder celebrar con que los devotos (…) y de mi cuidado estará (…) no consentir cosa que no sea muy decente.
Desconocemos si este acto tuvo lugar, pero podemos pensar que una ceremonia así, organizada por la hermandad de la Vera Cruz, en un lugar donde existía ya una cruz, podría haber iniciado un proceso en el que se reemplazó una antigua forma de religiosidad con la cruz como símbolo penitencial y de muerte, a otra en que es tratada como símbolo de salvación y vida (una vuelta a los orígenes del culto a la cruz). También es innegable que esta situación da pie a pensar que, ante la ausencia de datos sobre la fecha de construcción de la referida capilla, pudo propiciar la edificación de una capilla…
Pero, avancemos en el tiempo. Nos situamos a fines del primer cuarto del siglo XVIII. Ahora tenemos el elemento central, la cruz, en un lugar que es utilizado para determinadas celebraciones. Pero, además, sabemos que en ese espacio ya existe una capilla, la de la Santísima Trinidad, cuya existencia se documenta sobre todo en los informes realizados por los visitadores arzobispales en sus periódicas visitas pastorales en los que se reseñan las ermitas y capillas de la villa. Y es precisamente en una de esas visitas, la del año 1725 donde, en la relación de mandatos destinados a corregir, mejorar o aprobar determinadas actuaciones o situaciones, concretamente en el nº 17, se hace referencia a una cuestión de especial interés para esta capilla, ya que pudo influir en el desarrollo futuro de los acontecimientos, y para la actual hermandad de la Cruz sita en ella.
En él se dice: …respecto de que en la capilla de la Santísima Trinidad que hay en esta villa se ha obtenido licencia para celebrar y que en ella se manda decir algunas misas por diferentes devotos para cuya celebración no tiene ornamentos y se necesita traerlos de la iglesia y habiendo su merced tenido noticia de que uno de dichos devotos quiere aplicarse a juntar para ellos y en el interín dar a la fábrica algunos maravedís de limosna por el recado, mandó su merced que cuando por algún sacerdote se pidiera alguno de dichos ornamentos el sacristán de esta iglesia no embarace que se lleve a dicha capilla como no haga falta en ella y tendrá cuidado de apuntar los días que se lleva para que cada quince días lo haga saber al mayordomo y este pueda pedir la limosna”.
Una licencia que no sabemos cuando fue concedida pero que, en cualquier caso, legitima la prerrogativa de “celebrar” en este espacio sagrado desde hace casi tres siglos.
Como conclusión podemos pensar que en algún momento esa cruz central en medio de un espacio público en el que ya existía actividad religiosa y festiva pudo registrar un importante incremento de la devoción popular (véase origen de la Hermandad del Baratillo de Sevilla) y que finalmente acabó incorporándose a una nueva capilla construida ex profeso o a una capilla existente desde antiguo y que contó con las licencias y parabienes de la autoridad eclesiástica.
NOTA: Esta texto no es más que un intento por entender el origen y evolución de unas fiestas tan arraigadas en el repertorio festivo villalbero. La documentación manejada hace referencia a la capilla de la Trinidad, razón por la cual nos hemos centrado en ella a lo largo de estos trabajos.